ESTRELLA FLORES-CARRETERO
MADRID

Soy psicóloga, profesora, empresaria y escritora, aunque no necesariamente por ese orden. Tengo tres novelas publicadas: «Duele la noche», «Piel de agua» y «Días de sal».

Duele la noche
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El blog de Estrella

EL VALOR DE ADMITIR UN ERROR PERSONAL EN LA EMPRESA

By on 01/09/2019

El ser humano actúa de diferentes modos cuando se equivoca. Hay quien niega los hechos y oculta la situación; hay también personas que niegan la realidad, a pesar de tener frente a sus narices el error más grande que hayan podido cometer; y hay quien reconoce el fallo y pide disculpas.

En psicología esto se explica mediante el concepto de la «disonancia cognitiva»; esto es, nos tenemos en gran estima a nosotros mismos y, de repente, la realidad se encarga de bajarnos del pedestal; otras veces creemos ver, escuchar, entender… y nos negamos a reconocer que nuestros sentidos nos hayan engañado. También ocurre que estamos tan convencidos de que hacemos las cosas bien que, ante un error, consideramos inadmisible que seamos parte de ese error.

Esta confrontación entre el autoconcepto y la realidad nos incomoda enormemente. Para reducir la disonancia cognitiva podemos empeñarnos en negar las evidencias o bien aceptar la equivocación y asumir consecuencias. Sí, a veces nos creemos la encarnación de Dios en la tierra y somos tan egocéntricos que no reconocemos error alguno.

Pero la historia está llena de situaciones de destrucción que podrían haberse evitado si los seres humanos hubiéramos reconocido los errores y si nuestros propios egos se desvanecieran tomando conciencia  y asumiendo consecuencias.

El temor al rechazo, vergüenza, miedo a las consecuencias es también muy humano. Por eso hay quien, de ninguna manera, admite una equivocación; tenderá a justificarse, a echar la culpa a los otros, tapará el asunto y, a corto plazo, se sentirá mejor, más cargado de razón y empoderado ante sí mismo y, por supuesto, la negación de lo obvio implica la reducción de disonancia cognitiva que tanto nos molesta.

En las organizaciones tenemos que admitir la equivocación cuanto antes. Hasta los científicos se equivocan a menudo, porque en eso consiste dar pasos en la vía del conocimiento.

Es preferible que uno mismo cuente su equivocación antes de que los demás la descubran. Y si no puede ser el primero, debe al menos ser el segundo en aceptar la verdad. Pongamos por ejemplo el accidente de la central nuclear de Chernóbil. Obviando las chapuzas de los rusos en la construcción de la central como primer error, el ego del ingeniero jefe en el momento de no reconocer la explosión del reactor del núcleo  produjo más de cuatro mil muertes y más de seiscientos mil afectados por la radiación. Tal vez, esta tragedia no se habría evitado por la ya evidente mala construcción del reactor, pero el reconocimiento del error de ese ingeniero en el momento de la explosión hubiera influido en la rapidez de actuación y en haber sometido a menos personas a tal radiación durante tantos días, entre otras cosas.

No debemos temer las consecuencias. Incluso en los peores casos, reconocer que nos hemos equivocado despierta la empatía: todo el mundo se equivoca, así que nos sentimos más cerca de quien admite sus equivocaciones que de quien las oculta. La sinceridad es un acto de valentía que despierta la confianza y aumenta la credibilidad.

Ante el error, hay que prender la lección. Equivocarse es una faena, admitámoslo. Pero la experiencia se construye con equivocaciones, que son como carreteras cortadas por las que no volveremos a intentar transitar.

Los errores son los portales de descubrimientos, pero hay que reconocer el error como primer paso.

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