Elogio del libro de bolsillo
La historia del formato manejable y de bajo precio.
«De todos los formatos que los libros han adquirido a través de los siglos, los más populares han sido aquellos que permitían al lector sostener cómodamente el libro en la mano», escribe Alberto Manguel en su estupenda obra Una historia de la lectura.
Todos nos hemos enfrentado alguna vez a la incomodidad que supone llevar un libro voluminoso en el transporte público o cargar con un pesado volumen durante un viaje. El tamaño llega, incluso, a condicionar la elección de nuestra próxima lectura. «Uno ligero para llevar a la playa», decimos a veces. Y en ocasiones optamos por leer dos libros a la vez, uno para la mesilla de noche y otro para ir y venir al trabajo. De ahí el éxito de los e-reader, que con su pequeño tamaño nos permiten lo mismo devorar Guerra y paz de Tolstoi que La metamorfosis de Kafka, por poner ejemplos extremos.
Pero ocurre que no a todo el mundo le gusta la lectura en formato digital. Mucha gente sigue prefiriendo el libro en papel. Por eso también hay fans del libro de bolsillo.
El origen de una gran idea
El libro de bolsillo tiene muchas ventajas, la primera es su comodidad. Dicen que ya en la antigua Roma existían los libros manejables, para poder sujetarlos con una mano mientras los romanos se daban a triclinio o a las termas, imaginamos.
Pero en el libro citado se cuenta cómo nació el verdadero libro de bolsillo tal y como lo conocemos hoy: manejable y barato. Fue el editor inglés Allen Lane, quien, en 1935, tras una visita a Agatha Christie, buscó en la estación algo que leer para el camino (¡cómo le entiendo!). No encontró nada, así que, como el aburrimiento también puede ser realmente productivo, hizo su viaje de vuelta mirando el paisaje y maquinando su nueva idea de negocio (esto son suposiciones mías). Lo cierto es que decidió reimprimir los autores más más vendidos con cubiertas llamativas y venderlos por poco dinero en puestos de periódicos, cafés y estancos.
La iniciativa de sus 10 Penguin Books no tuvo demasiada aceptación, como suele ocurrir con las novedades verdaderamente revolucionarias. El escritor George Orwell, visionario para algunas cosas, estuvo ciego ante el libro de bolsillo y fue el primer crítico de Lane. Le parecía que las reimpresiones baratas harían que dejaran de escribirse novelas originales.
Las ventas no llegaron a cumplir las expectativas necesarias para rentabilizar la impresión de los libros de bolsillo; se necesitaba vender mucho más para sostener su bajo coste. Allen Lane pidió cita con el dueño de los almacenes Woolworth y le propuso que incluyera los libros en sus tiendas. Hoy es muy normal acudir a Carrefour o a El Corte Inglés a hacer la compra semanal y llevarnos una novela junto con los tetrabriks de leche, pero entonces parecía un disparate mezclar ambas mercancías.
Por suerte, lo establecido se puede cambiar, y desde entonces los libros de bolsillo pasaron a venderse en Woolworth y en todas partes. Duele la noche está en los grandes almacenes también. Los libros de bolsillo son cómodos, manejables, baratos y nos están esperando en todas partes. A mí me encantan.