La trampa de la mentira o el arte de “mentirle” a uno mismo
La mentira es un arte tan antiguo como la humanidad misma. Se teje entre palabras, gestos y silencios, encontrando su terreno fértil, especialmente en el mundo de las emociones. La paradoja es que, aunque las emociones son la expresión más pura y auténtica del ser humano son también el escenario donde las mentiras más sutiles y complejas se despliegan.
Si la humanidad acepta este comportamiento como parte inherente del sistema social, podríamos enfrentarnos a un futuro distópico donde la verdad se convierta en una rareza, un lujo reservado para quienes se atrevan a desafiar las normas establecidas.
En un mundo donde sea socialmente aceptada, las relaciones humanas se deteriorarán, porque la confianza es el pilar de nuestras interacciones y estará constantemente erosionada. Nietzsche decía que «lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que ya no pueda creer en ti». Y es justamente esa incapacidad de creer lo que podría convertir a las sociedades futuras en redes frágiles y desconectadas.
La normalización de este comportamiento complejo también tendrá un impacto profundo en el mundo digital, particularmente en las redes sociales, ese espejo distorsionado de la realidad que nosotros mismos hemos creado.
No decir la verdad se volvería una herramienta para ganar influencia, manipular opiniones y consolidar el poder. Mark Twain decía que «una mentira puede dar la vuelta al mundo mientras la verdad aún se está poniendo los zapatos». Y yo estoy de acuerdo.
Además, las redes sociales actúan como amplificadores de las emociones humanas. Cuando mentimos a través de estas plataformas, no sólo engañamos a quienes nos leen, sino que también contribuimos a una cultura de apariencia y superficialidad.
Las vidas cuidadosamente curadas y editadas que se muestran en línea son en la mayoría de los casos, mentiras emocionales buscando validar la existencia a través de la aprobación externa. Sin embargo, al hacerlo perpetuamos una desconexión interna que nos aleja de nuestra verdadera esencia.
En las generaciones futuras, si los niños crecen en un mundo donde la mentira sea la norma aprenderán a valorarla como una herramienta de supervivencia, en lugar de entenderla como un obstáculo para la autenticidad. Esto llevará a una crisis de valores donde la verdad deje de ser una aspiración colectiva.
Sin embargo, aun en un mundo que valora más la apariencia que la verdad, la humanidad tiene el poder de elegir. Elegir la verdad, aunque sea incómoda, es un acto de rebeldía que puede transformar no solo nuestra manera de relacionarnos, sino también en el rumbo de nuestras sociedades. Para ello mis sugerencias serían:
Fomentar la educación emocional. Enseñar a niños y adultos a identificar, expresar y gestionar sus emociones de manera honesta contribuye a reducir la necesidad de mentir.
Promover el pensamiento crítico. Aprender a cuestionar la información que recibimos, especialmente en las redes sociales.
Valorar la autenticidad en lugar de la perfección. Celebrar la vulnerabilidad en lugar de buscar la imagen idealizada que muchas veces promovemos en las plataformas digitales.
Responsabilidad en el uso de redes sociales. Ser conscientes de cómo nuestras publicaciones afectan a los demás y evitar contribuir a la propagación de mentiras o contenido engañoso.
Reconocer los errores y pedir disculpas con humildad y aprender de ellas.
Liderar con el ejemplo ya sea en el ámbito personal, profesional o social, ser un modelo de integridad inspira a otros a valorar la verdad.
Debemos recordar que estas herramientas digitales no tienen voluntad propia; somos nosotros quienes decidimos cómo usarlas. La elección está en nuestras manos. Cada pequeña acción hacia la autenticidad contribuye a construir una sociedad más justa, empática y conectada con lo que realmente importa.
Y acabaré con esta frase del filósofo Kierkegaard que decía «la función de la mentira es ocultar la verdad; la función de la verdad es iluminar la existencia». Reflexionemos, ¿te inclinas por ocultar la verdad o por iluminar la existencia?