El “BULLYING” TAMBIÉN EN LA OFICINA
Mentiríamos si dijéramos que el acoso es una pesadilla exclusiva de la etapa escolar. Todos sabemos que existen personas que disfrutan hostigando a los demás durante toda su vida y otras a las que les toca el papel de víctima una y otra vez, ya sea en la pandilla, en la familia, en la pareja o en el trabajo. Cualquiera de nosotros hemos presenciado acoso, algunos lo hemos sufrido y puede que más de un lector reconozca ahora mismo que lo ha ejercido.
Los niños capaces de intimidar a otros en la escuela no son los más valientes de la clase ni los más queridos ni los más dignos de confianza, solo son los compañeros más temidos. Ellos aún no saben respetar al prójimo ni empatizar con él. Deben aprenderlo cuanto antes. En cambio, los adultos que acosan a otros en la empresa ya han tenido tiempo de darse cuenta de que su comportamiento es inadmisible, que el bullying, el mobbing o como se denominen estas formas de persecución constituyen una actitud destructiva e injusta. Por eso las corporaciones tienen que estar vigilantes:
Identificar el acoso. La coacción en el trabajo puede ser evidente, pero también solapada y difícilmente detectable. Por ejemplo, tal vez consista en no dar información a un compañero, no ayudarle cuando necesita adquirir conocimientos para llevar a cabo su tarea, engañarle con las fechas de entrega, humillarle, criticarle, burlarse, amenazarle, hacerle el vacío…
Hacer examen de conciencia. El acoso puede no ser visible para los demás y a veces tampoco para uno mismo. Cuando se chismorrea sobre alguien, se boicotea su trabajo, se roban sus ideas, se le excluye, se le exige más de lo que puede dar o se le solicitan tareas absurdas o impropias, es posible que estemos ante un caso de mobbing. No olvidemos que el acoso tiene un patrón característico y que, cuando lo ejerce un líder, puede ser imitados por mucha gente.
Mirar hacia todos los lados. Las personas que acosan intentan conseguir sus objetivos y salirse con la suya a toda costa. Se dirige hacia las personas diferentes por su comportamiento o por su aspecto, a las que sufren alguna discapacidad, a quienes tienen una etnia, nacionalidad o acento distintos de la mayoría. También hacia las mujeres, y da igual si son jefas o empleadas, porque el bullying no distingue entre superiores y subordinados. Nunca miremos para otro lado. Hay que detectar esas actitudes en uno mismo y a nuestro alrededor. «Prestad auxilio si queréis hallarlo», decía Samaniego, pero incluso aunque nunca nos veamos en esa situación de víctimas, es obligación de cada uno combatir la iniquidad.
Parar el acoso. España supera la cifra europea de acoso en el trabajo: alrededor de un 15 % frente a un 9 % de media, según investigaciones de sindicatos y asociaciones privadas. El organismo estadounidense Workplace Bullying Institute refleja que el 30 % de los norteamericanos han sufrido bullying en su vida laboral, que un 61 % de estas víctimas son mujeres y que el abuso tampoco se está deteniendo, ni mucho menos, con el teletrabajo. El acoso tiene efectos terribles sobre la salud física y mental de quienes lo sufren. Para las empresas que no lo detectan o no lo paran inmediatamente implica también graves consecuencias: disminuye la productividad, causa absentismo, eleva la fuga de talento, genera resentimiento, deteriora los equipos, elimina el compromiso de los trabajadores con su empresa…
Las corporaciones tienen que dejarse ayudar por profesionales que trabajen la prevención y la eliminación del acoso. También las víctimas deben luchar contra esta lacra mediante una adecuada gestión de las emociones que trabaje la autoestima, la empatía, la comunicación, el apoyo, la justicia… y, por supuesto, la valentía.