¿ES POSIBLE DEJAR LAS EMOCIONES FUERA DEL TRABAJO?
A menudo, cuando no estamos satisfechos en el ámbito laboral, cuando acudir cada día a nuestro puesto de trabajo se nos hace cuesta arriba, solemos escuchar eso de que hay que dejar las emociones fuera de la empresa. ¿Es posible?
Un reciente estudio realizado por la Universidad Complutense y el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid con el título «Ripple Effects of Surface Acting: A Diary Study among Dual-Earner Couples» demuestra que simular emociones en el trabajo afecta a la salud de los trabajadores y a la satisfacción de sus parejas.
Al parecer, fingir es una estrategia frecuente que algunas personas se ven obligadas a utilizar para cumplir con las expectativas de su empresa. Esta actitud daña la salud de quien la practica y provoca estrés, ansiedad, fatiga, problemas de sueño, falta de rendimiento y hasta depresión. Además, quien finge en su trabajo continúa haciéndolo en casa, lo que acaba por causar una gran falta de interés por las relaciones sociales y de pareja.
En mi opinión, es imposible dejar las emociones fuera del trabajo como si fueran un sombrero. Las organizaciones están formadas por personas y las emociones son inherentes al ser humano; así que no solo resulta imposible apartarlas, sino que tampoco sería saludable ni deseable, porque las emociones son lo que mueve al individuo. Por eso, ante una situación laboral negativa estos son mis 5 consejos:
1. Analizar las causas de nuestras emociones negativas. Si estamos permanentemente a la defensiva no podremos salir de una situación adversa. El malestar se alimenta a sí mismo, a menos que lo impidamos. Tal vez buscamos fuera el problema cuando el problema somos nosotros. Es necesario parar, analizar qué nos hace sentir mal y buscar la forma de solucionarlo. Quejarnos, sufrir, fingir… no resuelve problemas; solo los agrava. Somos dueños de nuestras emociones y está en nuestras manos cambiarlas.
2. Trabajar nuestro autoconcepto. Cuando mejoramos nuestra propia valoración impedimos que las emociones nos bloqueen. Una autoestima más sólida permite no sufrir por las actitudes de los demás (ni por sus éxitos) y no caer en el victimismo. Podemos aprender a querernos y conseguir así que los demás nos respeten, nadie tiene derecho a manejar nuestras emociones excepto nosotros mismos. Un buen entrenamiento de las emociones nos permitirá ser asertivos a la vez que empáticos para establecer los límites necesarios. Nos sentiremos mejor, seguro.
3. Buscar alternativas. La vida no es perfecta y las cosas no siempre salen bien. Pero para eso tenemos emociones que pueden jugar a nuestro favor si aprendemos a inclinar la balanza del lado del ánimo y no de la apatía, del optimismo y no del abatimiento, de la serenidad y no de la irritabilidad… Quizá sea hora de hablar con recursos humanos, buscar nuevos objetivos y, si hay asuntos que no dependen de nosotros, desviar la atención hacia lo que sí podemos mejorar. Todo tiene algo positivo; las personas felices son las que saben encontrarlo.
4. Hay otro mundo fuera. Tener relaciones de confianza, practicar actividades satisfactorias, formarnos en lo que nos gusta… A veces, apuntarse a una clase de aquagym es un buen pretexto para salir del trabajo con ilusión y a la hora establecida… llevándonos nuestras emociones, tan necesarias dentro como fuera de la empresa.
5. ¿Dejar el trabajo? Si se puede, adelante. Pero no suele ser una opción posible ni realista, salvo que tengamos algo mejor. Por eso es preferible centrarse en el punto anterior. En cualquier caso, antes de abandonar, hay que recordar las palabras del filósofo Bertrand Russell en su obra La conquista de la felicidad: «Hasta la tarea más aburrida es mejor que no hacer nada».