¿Los escritores se jubilan?
Cada vez que algún escritor anuncia su retirada, como han hecho Alice Munro, Günter Grass o Phillip Roth, me cuesta creerlo. Los escritores escribimos por placer, por vicio, por necesidad. Un escritor nunca se jubila.
Es verdad que ha habido escritores notables que renunciaron a serlo en el momento de mayor esplendor literario, por ejemplo el poeta Rimbaud, un genio cargado de problemas y deudas que decidió dedicarse al tráfico de armas y ni siquiera tuvo tiempo de contárnoslo. O escritores a los que parece pesarles haber escrito una novela de éxito, como la desaparecida Carmen Laforet, tras su celebrada Nada. También hay escritores muy poco prolíficos: Salinger, por ejemplo, o Juan Rulfo. Y otros que tienen una producción abrumadora, como Asimov, que publicó alrededor de 500 libros en su vida; nuestra Corín Tellado, récord Guinness reconocido, con 4.000 títulos; o Stephen King, otro grafómano autor de unas 50 novelas (mejor dicho, novelones) y miles de relatos.
También es fácil escribir hasta el día de la muerte cuando uno es un escritor suicida, como lo fue Mishima, o cuando la muerte te pilla por sorpresa en plena juventud, una desgracia que le ocurrió a Emily Brontë y, por tanto, a todos nosotros.
Y existen también escritores que parecen publicar después de muertos, pero eso es otro cantar, en el que suelen intervenir intereses económicos.
Una jubilación forzosa
La mayoría de los escritores no se jubilan. Escriben hasta el día de su muerte, o mejor dicho hasta que la vida les da para ello y no los maltrata con una enfermedad mental o con los achaques de la vejez. Y esto así porque escribir suele ser una necesidad. Los escritores nos encontramos con historias allá donde vamos, cada vez que hablamos con alguien, cuando leemos las noticias, en la tienda de al lado, si volamos en avión, en nuestras propias vidas y en las vidas secretas que intuimos en los demás… Y entonces sentimos una necesidad imperiosa de contarlo.
Me imagino que, cuando eres un escritor insigne, sientes mucha presión por estar siempre a la altura, por no defraudar a los lectores ni enfadar a tus editores. Si encima ya has alcanzado el éxito, gozas del reconocimiento unánime y has conseguido vivir, y vivir bien, de tus obras, un estatus que solo unos pocos logran en el mundo literario, puedes decir, como la premio nobel Alice Munro, «probablemente no vuelva a escribir». Pero a mí me cuesta creer que los escritores se jubilan. Seguro que en sus ratos libres siguen anotando historias, escribiendo una frase, un verso, un aforismo, una reflexión… o, al menos, soñando con que lo hacen.