Sobre lectores y lectoras
Hubo un tiempo en que los hombres podían leer, pero no estaba bien visto que las mujeres hicieran lo mismo.
Antes del año 1837 las mujeres tenían prohibida la entrada en la Biblioteca Nacional. Fue Antonia Gutiérrez Bueno, una mujer de 56 años, con dos libros publicados y un tercero en preparación, quien solicitó el permiso. Con ciertas reticencias por parte del director de la biblioteca, Antonia logró que no solo ella sino cuantas quisieran pudieran acceder a la sala y consultar sus libros. Eso sí, firmó su obra con el seudónimo masculino de Eugenio Brunet y Ortazán.
Las mujeres y sus labores
Es verdad que en el siglo XIX hubo notables excepciones femeninas en un panorama literario dominado por hombres, como Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán. Pero eran solo eso, excepciones.
Conozco octogenarias que cuentan que en su adolescencia y juventud debían esconderse para leer porque se consideraba una pérdida de tiempo. Lo adecuado para una mujer era bordar, coser, dedicarse a la repostería… pero no a la lectura.
Por suerte, la sociedad ha cambiado radicalmente y hoy abundan las mujeres escritoras y también las mujeres lectoras. El retrato del lector en España es “mujer con estudios universitarios, joven y urbana que prefiere la novela, lee en castellano y lo hace por entretenimiento”. Ellas representan el 67 % de los lectores de libros en papel. Y además, de los 20 libros más vendidos en España en 2010, la mitad están firmados por escritoras, según informes de la Federación de Gremios de Editores de España.
Hoy nos sorprende la discriminación que sufrieron nuestras abuelas en este terreno, aunque muchas no cedieron a las normas que la sociedad quería imponerles. Cuando escribí «Piel de agua» quise reivindicar esa determinación femenina en tiempos difíciles.