ESTRELLA FLORES-CARRETERO
MADRID

Soy psicóloga, profesora, empresaria y escritora, aunque no necesariamente por ese orden. Tengo tres novelas publicadas: «Duele la noche», «Piel de agua» y «Días de sal».

Duele la noche
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El blog de Estrella

Yo también admiro a García Márquez

Por el 19/04/2014

No es original decir que le admiro. ¡Quién no! García Márquez fue un escritor excepcional. Es cierto que la literatura latinoamericana está abarrotada de genios, pero él destacó entre los más destacados. Fue un clásico desde mucho antes de que la historia llegue a otorgarle esa categoría.

Gabriel García Márquez

Esperábamos la muerte de Gabriel García Márquez, pero no sabíamos que iba a suponer tanta conmoción; estábamos preparados para que se fuera, pero ignorábamos que iba a causarnos tanto daño su ausencia. Es lo que suele ocurrir cuando alguien nos abruma con su talento, que nos resistimos a la idea de prescindir para siempre de ese inusual regalo.

Admiro a Gabriel García Márquez porque fue capaz de contar historias que me sorprenden a cada párrafo. En él no había nada previsible. Supongo su infancia rodeado de abuelos cuentacuentos que despertaron esa imaginación fructífera a fuerza de tradiciones orales. Cuando le concedieron el premio Nobel él atribuyó su fantasía a que la realidad de la conquista de América había superado toda ficción y sembrado su pasado de historias truculentas. Los culpables no fueron otros que los avaros fundadores que desfilaron por su discurso de aceptación del premio, un discurso que merece la pena releer ahora.

Le admiro porque cuando le premiaron ya había publicado obras maestras que me habían regalado momentos de intensas emociones como El coronel no tiene quién le escriba, Cien años de soledadEl otoño del patriarca. El Nobel no fue como esas veces en las que nos preguntamos «¿Tú lo conocías?», «¿Habías leído algo de ese autor?». El mundo entero sabía bien quién era García Márquez y el mundo entero estaba de acuerdo en que ese año el Nobel de Literatura era incuestionable.

Le admiro por lo que escribía, pero también por cómo lo escribía. Tal vez los años de entrenamiento como periodista fueron la escuela donde aprendió su manera de ir al grano, contar lo verdaderamente importante y hacerlo de manera tan sencilla. Sus relatos jamás nos aburren porque, como él decía, «no es lo mismo una historia larga que una historia alargada». Y por eso su breve Memoria de mis putas tristes fue suficiente para contar una hermosa novela de vejez injustamente criticada por los ultras de lo políticamente correcto; igual que en la larga El amor en los tiempos del cólera tampoco sobraba nada. Con él podemos volver disfrutar como niños del infinito placer de la lectura. Como escritores tenemos mucho que agradecerle, pero más como lectores.

Le admiro porque fue un psicólogo sutil. Lectores de todo el mundo se identifican con sus personajes más inverosímiles, esos personajes que García Márquez no describía, que solo actuaban y con eso bastaba para que rusos, chinos, sudafricanos, españoles o suecos los comprendiéramos. Porque el maestro no necesitaba gastar páginas en detallarnos la foto: él la hacía. Sabía retratar cómo somos de verdad en el fondo, cuando nos despojan de nuestras nacionalidades, culturas, adornos y apariencias: somos iguales.

Le admiro porque hizo universal la literatura latinoamericana. Gracias a él mucha gente descubrió Colombia, ese país que adoro, y también América Latina y, de rebote, España. Hoy, además, me siento muy afortunada por poder leer a Gabriel García Márquez en su propia lengua, en mi lengua, la lengua que nos une.

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