Colombia en mi corazón
A veces hay buenas noticias que nos recuerdan que la esperanza existe.
Hace dos años visité Colombia, invitada a la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín. Fue una maravillosa experiencia que me hizo amar ese país y que me permitió conocer a gente extraordinaria con la que creo haber sellado lazos para siempre. Mientras presentaba mi anterior novela, Piel de Agua, en distintos medios, radio, prensa y televisión, tuve ocasión de charlar sobre la situación política y social de ese gran país con periodistas y con el equipo de Mujeres Digitales, una iniciativa loable que trabaja por la igualdad real entre sexos.
Ahora, cuando se cumplen 52 años del nacimiento de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), que ha ocasionado el conflicto armado más largo de Latinoamérica, Colombia va a firmar, por fin, la paz.
Desconozco la política del país y las implicaciones que el acuerdo pueda tener entre los distintos partidos. Puedo imaginar que la firma no va a eliminar el dolor, el sufrimiento pasado, los deseos de justicia, los problemas de inclusión social… Habrá división entre los colombianos y entre los representantes políticos, pero, por encima de todo, espero que unos y otros aprendamos la lección: los conflictos no pueden ser derrotados con las armas, sino con las palabras.
La paz de Colombia, como la de cualquier país que haya padecido un sufrimiento similar de muertes, extorsiones y secuestros, no llega para que ganen unos y pierdan otros. Con la paz todos ganamos. Y todas las personas de bien debemos alegarnos por ello.
Colombia, como la mayoría de los países, tiene un largo camino en la lucha por la igualdad, por la conquista de los bienes sociales, por la no discriminación, por la desaparición de la pobreza, de la corrupción y del crimen. Pero Colombia acaba de dar un gran paso. El triunfo de la paz siempre demuestra la inutilidad de la guerra. Nuestra obligación, las de todos, es legar un mundo mejor a las generaciones futuras.
