Competitividad sana y positiva
Lo deseable es que los trabajadores colaboren entre sí, que los equipos cooperen, que las personas se apoyen unas a otras… Pero eso no tiene por qué excluir la competencia que debe animar toda actividad empresarial. Una sana rivalidad resulta beneficiosa para lograr más esfuerzo en el entorno laboral y elevar la productividad.
Hay un equilibrio delicado en la competitividad de personas y equipos que no debe romperse. Se trata de obtener lo mejor de cada uno con el foco puesto en los objetivos empresariales y con el sentimiento común de que el bien de la empresa es el bien de todos. Para lograr una rivalidad saludable es necesario:
Fomentar el debate. Las empresas deben crear un clima en el que todo el mundo pueda opinar abiertamente; eso anima a las personas a mejorar, aprender, desafiarse, aportar soluciones creativas e intervenir de forma proactiva.
Es importante que los líderes valoren las diferentes visiones y las tomen en cuenta, de manera que impulsen el deseo de participar. Existen técnicas apropiadas para implantar la comunicación clara que pueden y deben entrenarse, como el resto de las habilidades emocionales. Es aconsejable contar con un equipo externo especializado en educar dinámicas de este tipo.
Establecer retos. No se trata de pedir competitividad en general, sino para actuaciones concretas y específicas que no desvíen a los trabajadores del objetivo principal de la empresa.
Por ejemplo, hay que explicar por qué y para qué se necesita afrontar un determinado proyecto y, a la vez, ofrecer un premio a quien consiga hacer antes una tarea o el mayor número de llamadas o una cantidad x de clientes.
El resultado buscado obtendrá una recompensa justa, medible y cuantificable. Los premios no tienen por qué constituir bonificaciones en metálico exclusivamente, también pueden ser imaginativos: un viaje, un bono para el gimnasio, un día libre o una invitación a un restaurante con estrella. Todos los retos para fomentar la rivalidad deben ser concretos, temporales y lo suficientemente espaciados para que no agobien.
Elogiar el trabajo bien hecho. Hay gente que desea quedarse fuera de las competiciones, que no se siente estimulada por superar al otro, sino al contrario; que se frena en esas circunstancias, pero que, sin embargo; es tan valiosa como los trabajadores que aceptan los retos competitivos.
Esas personas no deben verse excluidas, por lo que habrá que velar para que también reciban reconocimientos y compensaciones por su motivación interna.
Facilitar la formación. La competitividad tiene que ver mucho con las competencias personales. Para que las personas deseen dar lo mejor de sí mismas necesitan sentirse capaces y para ello las empresas deben promover el aprendizaje, proporcionar cursos que permitan adquirir nuevas habilidades y destrezas, proveer de conocimientos y, además, impulsar los ascensos y la promoción interna en la empresa.
Ser éticos. La competitividad mal entendida puede llevar a algunas personas a saltarse las reglas del juego, algo que de ningún modo debe tolerarse. Si se establece un desafío, tendrá que ser fácilmente evaluable de manera objetiva, y sin forzar a nadie a soportar horarios o condiciones fuera de lo habitual.
La rivalidad no puede volverse tóxica ni atemorizante, no debe ser obligatoria ni desanimar a los que quieran quedarse fuera. Tampoco causar perdedores, sino enseñar a aceptar el fracaso, impulsar la perseverancia y movernos a avanzar con afán de superación: como decía Walt Disney, «toda mi vida me he enfrentado a una dura competencia, no sabría cómo seguir adelante sin ella».