De viaje por Tierra Santa
Acabo de volver de un viaje por Tierra Santa, una región en la que conviven culturas y religiones, a veces en un equilibrio difícil, pero en la que, por encima de todo, se respira una intensa espiritualidad.
He pasado unos días intensos de meditación y amistad en Tierra Santa, con Ismael Cala y el equipo de Cala Mundos para aprender de la historia y aprender de mí misma.
Tres grandes religiones monoteístas, la judía, la cristiana y la musulmana, confluyen en este lugar del mundo en el que es fácil entender por qué se llama Tierra Santa. La cuna del cristianismo, la tierra prometida de los judíos y el segundo lugar más importante de peregrinación para los musulmanes después de La Meca. Todos la consideran su tierra. Y de todos debe ser.
Durante el viaje, he podido imaginar cómo Jesús nació, vivió, predicó y sufrió en los históricos lugares donde me encontraba. Han sido unos días de encuentro con la espiritualidad, que han supuesto, con independencia de las creencias de cada uno o incluso de las no creencias, una introspección en mí misma y en la filosofía que anima mi vida.
En Jerusalén me he acordado mucho de mi madre, fallecida el pasado año, a la que ha sentido muy cerca durante todo el viaje. Ella era una persona profundamente religiosa. Le habría gustado estar allí, y creo que estaba conmigo. Judea, Eilat, Galilea, Tel Aviv… Aunque uno no sea religioso puede sentir algo especial en estos lugares.
Israel es también la tierra de mi amiga Tamara Kassab, donde vive su familia a la que he tenido la oportunidad de conocer. Y allí también he podido pasear por las tierras fértiles que alimentan el milagro de la agricultura, de la vida.
Un viaje soñado
La experiencia de visitar la ciudad de Petra es otra de las impresiones más intensas de este viaje soñado. La ciudad nabatea está llena de sorpresas, mezcla de los colores fascinantes de la naturaleza y del arte de esculpir, excavar y tallar la piedra para hacerla aún más hermosa. No hay nada tan fascinante como esa ciudad, y hay que recorrerla en toda su extensión, atravesar cada puerta, admirar cada detalle, recrearse con cada rincón, a todas horas del día y también de la noche.
El Mar Muerto, con sus instalaciones turísticas, tiene también una visita divertida, aparte de sus connotaciones bíblicas y sus increíbles peculiaridades físicas.
En el recorrido por el desierto de Jordania, otro lugar de paz, de suaves colores, de cielos únicos de arenas infinitas…, me llamó la atención la belleza de los beduinos, esos árabes nómadas y sabios que conocen cómo vivir en un medio aparentemente tan hostil.
Y en medio de esa paz, me acerqué a la frontera con Siria, donde se sentían las bombas al otro lado. Inquietante y triste, muy triste.
Ojalá que esta Tierra Santa lo sea de verdad, un lugar donde la gente respete que, por encima de nuestras diferencias, todos somos iguales, con los mismos deseos de amor y paz.