El encanto del marcapáginas
Como todos sabemos, un marcapáginas es algo que nos indica dónde dejamos de leer porque nos caíamos de sueño, porque nos tocó el turno para pasar al dentista o porque el autobús llegó a nuestro destino.
Hay quien tiene un marcapáginas favorito y hay quien tiene varios; a unos les da igual si es feo o bonito y a otros les basta con el billete de metro o el tique del supermercado para marcar el punto de lectura; algunos lo eligen con el mismo esmero que escogen el nuevo libro para leer, y también los hay que no lo necesitan y se conforman con doblar la esquina de la página cada vez que interrumpen la lectura.
En los libros viejos, a veces, aparecen estampitas, recordatorios de comunión o funerales pasados. Imagino que se usaban a modo de marcapáginas; o tal vez no, y las hojas solo eran un refugio para esas imágenes que uno desea conservar para siempre.
Alguien que conocí metía pequeños papelitos para señalar dónde se había quedado y para resaltar qué le había interesado; en vez de subrayar o anotar en los márgenes, escribía con lápiz en esos recortes de papel la frase que llamaba su atención.
Muy útil
El marcapáginas ahorra tiempo. Muchas veces no tenemos ni idea de dónde hemos abandonado la lectura; ocurre con los libros tediosos, aunque no necesariamente; también pasa por culpa de nuestra desmemoria. A menudo sucede con las novelas que retomamos después de mucho tiempo y ya no sabemos ni de qué tratan ni quién era tal o cual personaje.
Cuando el marcapáginas se cae de su sitio, reconozcámoslo, es una pequeña tragedia. Pasamos páginas y páginas en las que no nos suena nada. Vamos para atrás y atrás… hasta que damos con algo que reconocemos; empezamos a leer y diez páginas después descubrimos con estupor que todo eso ya lo habíamos leído. ¿Solo me pasa a mí?
Me gustan los marcapáginas estilizados, decorativos, alegres. En alguna ocasión me han regalado alguno pintado a mano; otras veces no me ha quedado más remedio que usar un cartoncillo de la caja de cereales o una carta de la baraja, cualquier cosa que tuviera a mano.
Cuando voy a la librería, mi librero siempre pone un marcapáginas dentro del libro con publicidad de las editoriales. Me parece un gesto precioso, un complemento magnífico. Yo suelo coger alguno más cuando se da la vuelta para cobrarme.