La poesía nos salva
Hay días en que la poesía nos salva. Un poema puede ser el mejor analgésico cuando nos duele el corazón, y un verso, el arma perfecta para combatir la rabia.
Los niños adoran la poesía. Desde muy pequeños, aunque no entiendan el significado, se quedan encandilados escuchando el ritmo y la musicalidad de un poema. Recitarles a Lorca, a Rubén Darío, a Quevedo… obra el milagro de detener la inquietud propia de la infancia.
La poesía es necesaria. Donde existen sentimientos hay necesidad de expresarlos, y cuando nos desbordan no queda otra que recurrir a la poesía para darles forma. El sentir humano es individual y universal, es amor, es tristeza, es desesperación, es soledad… por eso nos identificamos con el verso que define un sentimiento como si fuera el nuestro: lo es.
La poesía está llena de ventajas
Hay muchos tipos de poesías —épicas, satíricas, bucólicas, amorosas…—, igual que hay muchas clases de sensaciones, pero todas tienen el vestido de la belleza, y por eso nos atraen tanto.
Da igual que no entendamos un poema. La poesía es un buen entrenamiento para nuestro cerebro. A veces basta con disfrutar de su sonoridad, de la riqueza de las palabras, del juego del vocabulario; otras nos lleva a preguntarnos qué hay oculto, insinuante, qué es eso que apenas acertamos a intuir.
La poesía pone a trabajar la imaginación, porque siempre nos evoca, coloca palabras donde solo había sentimientos, resuelve enigmas y, sobre todo, es un alivio contra lo que nos atormenta. ¡Cuántas veces un verso calma nuestra pena o abre la puerta que nos permite llorar!
Cuando llega momento de la lectura, hay días en los que no podemos concentrarnos en la trama de una novela. Todo es desasosiego. Y, sin embargo, basta con leer unos cuantos versos para encontrar alivio a nuestro desbarajuste de sensaciones. Haremos bien en tener siempre a mano un libro de poemas, desde la infancia hasta la vejez; cuando la vida se nos pone difícil y cuando somos felices.
La pregunta «¿para qué sirve la poesía?» es recurrente. No porque creamos que es inútil, sino porque nos cuesta aceptar que la belleza sea imprescindible. Cuando a Borges le plantearon el eterno interrogante respondió: «¿Para qué sirve un amanecer?».