Las emociones como ventaja competitiva
La alegría, la frustración, la ansiedad, la irritación… son emociones que experimentamos a cada momento, pero a menudo las escondemos: detrás de una sonrisa amable puede haber un sentimiento de odio disimulado. Saber reconocer las emociones de los demás, con independencia de sus palabras o sus gestos, puede suponer una gran ventaja competitiva.
Existen técnicas conocidas por psicólogos, criminólogos, policías… para detectar microexpresiones involuntarias que tienen una estrecha relación con nuestras emociones, incluso aunque tratemos de ocultarlas.
El estudio y el entrenamiento necesarios pueden capacitarnos para reconocer expresiones faciales de la boca, las cejas, los ojos… que nos desvelen si lo que alguien dice con palabras o con gestos es reflejo de sus emociones o no. Pero no me refiero a estas herramientas, utilísimas en muchos ámbitos, sino a algo más profundo. ¿Cómo lograr una lectura correcta de las emociones?
Saber escuchar
Es cierto que algunos estudios afirman que la palabra aporta solo el 7 % de la comunicación, y que el resto se alimenta con el lenguaje corporal. A veces, detectar una mirada furtiva, un pequeño rictus de amargura o una desconexión evidente en nuestro interlocutor puede dar un giro decisivo a una negociación o desvelar una mentira, por ejemplo.
Y no olvidemos lo que no se dice, según Ovidio «un rostro silencioso con frecuencia expresa más que las palabras». Sin embargo, yo creo que hablar con las personas sigue siendo la mejor forma de conocer sus emociones. La conversación profunda, con preguntas y respuestas, el intercambio de pareceres, la escucha activa y el respeto por las opiniones ajenas componen el mejor mapa para saber interpretar los sentimientos.
Apartar los prejuicios
Nos enfrentamos al mundo con una serie de ideas preconcebidas. Tenemos que luchar contra los estereotipos y dejar nuestro bagaje aparte. Para ello, hay que estar abiertos a nuevas ideas, a cambiar de opinión cada vez que sea necesario, a relacionarnos con todo tipo de personas sin importar las diferencias culturales, sociales, políticas, religiosas, de identidad sexual…
Por lo mismo, hay que saber mirar más allá cuando pensamos que ya conocemos a nuestro jefe o a un determinado compañero. La gente sí cambia. Y nosotros tenemos que mantener a raya los sesgos con los que nos levantamos cada mañana, aparcar egos y resentimientos, alejarnos todo lo posible de «lo que opina la mayoría».
No sobrevalorar la intuición
Todos hemos oído cosas como «le vi venir desde el primer momento», «me dio mala espina», «le calé nada más verle», pero es muy fácil equivocarse al leer los mensajes que lanzan los demás. Por ejemplo, ¿es sincera la sonrisa de la Gioconda? Sabemos de personas que siempre caen mal a primera vista porque su expresión facial parece hostil, cuando solo enmascara su timidez.
Por otra parte, está comprobado que las personas con depresión tienden a percibir de forma sesgada a los otros, como agresivos, tristes, etc.; esto es, nuestras emociones interfieren a la hora de interpretar las emociones ajenas.
Conocer las emociones propias
Solo conociéndonos a nosotros mismos podremos conocer a los demás. La inteligencia emocional no es innata, se puede y se debe entrenar, y en muchas ocasiones, por no decir en todas, resulta más importante para triunfar en el trabajo que el cociente intelectual o la formación académica.
También es decisiva en las relaciones sociales, familiares o de pareja. La inteligencia emocional nos permite ser amables, pedir disculpas, perdonar, superar las adversidades, sentir empatía…; esto es, mejora el bienestar de los demás y el nuestro.