“Ningún mar en calma hizo bueno a un marinero”
Hay frases que no son solo palabras sino mapas de vida. Esta es una de ellas. Porque todos, de un modo u otro, somos marineros. Y aunque a veces anhelemos una travesía tranquila, sabemos que es en la tormenta donde se forja la verdadera madera del alma de cualquier empresa.
Los mares en calma enseñan poco. En ellos uno se adormece, se confía, se deja mecer por la repetición sin sobresaltos. No hay aprendizaje profundo cuando el viento no sopla en contra. Y eso es exactamente lo que ocurre también en las organizaciones.
Cuando arrecian las olas, cuando la brújula parece enloquecer y el cielo se cubre de incertidumbre, es cuando verdaderamente se revela la esencia de una empresa y de quienes la dirigen. Es ahí donde se pone a prueba el timón, la resistencia y el temple. Donde se conoce el miedo, y con él, la capacidad de atravesarlo.
A veces, en mi vida, en la tuya y en la de todos los que participan de un proyecto colectivo, deseamos que no haya sobresaltos, ni amenazas en el horizonte. Pero el tiempo termina enseñándonos que fueron precisamente esos momentos difíciles los que las hicieron crecer.
Las decisiones que dolieron, las pérdidas que dejaron huecos y las dudas en la madrugada fueron también, las que despertaron la fuerza, la compasión y la autenticidad de quienes formaron y formarán esa empresa.
Porque hay que asumir que el mar siempre cambia. Que los vientos giran y que las corrientes no siempre llevan adonde uno desea. Pero si uno mantiene firme el timón, si escucha su corazón como si fuera una estrella polar, cada tempestad puede convertirse en una oportunidad.
No se trata de evitar los mares embravecidos, sino de aprender a navegarlos con dignidad. Con humildad. Con la conciencia de que cada ola es también una maestra, y que cada naufragio —si uno sobrevive— deja una lección que en la calma jamás habríamos aprendido.
Así que, cuando el mar se agite en tu lugar de trabajo, no huyas. Respira hondo. Recuerda que los buenos marineros no nacen de la quietud, sino de haber atravesado tormentas con el alma mojada.
Y aunque no siempre podamos evitar la tormenta, sí podemos decidir cómo atravesarla. Por eso, comparto algunas ideas;
Aceptar la tormenta
Fingir que no pasa nada o intentar escapar no hace que el oleaje desaparezca. Al contrario, enfrentarlo, nombrar el miedo, asumir la incertidumbre es lo que permite empezar a gestionarlo y avanzar desde otra perspectiva. La negación solo alarga el naufragio.
Aferrarse a los valores es el timón más firme
Cuando todo se tambalea, lo único que puede darte dirección son tus principios. La honestidad, la compasión, la responsabilidad con los demás debe ser más coherente que nunca. Aunque todo alrededor cambie, la integridad debe permanecer inamovible.
Proteger la luz interior
A veces la oscuridad exterior es tan densa que apenas se ve el próximo paso. Por eso es esencial cuidar la fe en el cambio, la esperanza de que algo mejor está por venir y la certeza del propósito compartido. Esa luz será tu faro incluso cuando la costa parezca lejana.
Intenta controlar solo lo posible
El mar es impredecible, como la vida, como las personas. Y en las empresas hay que entender que no podemos controlar las olas, solo ajustar las velas, esto es parte de la sabiduría del buen navegante. Fluir, adaptarse, improvisar con humildad y coraje eso también es liderazgo.
Buscar refugio en el equipo
Nadie atraviesa todas las tormentas en soledad. En los momentos difíciles, una palabra, un gesto, una conversación sincera pueden ser el abrigo que evita que nos rompamos. La dignidad también está en saber pedir ayuda y en construir relaciones que no se deshacen con el viento.
Escribir la bitácora: transformar la dificultad en sabiduría
Lo que hoy se vive como crisis, mañana puede ser experiencia, conocimiento y estrategia. Hay que registrar, reflexionar, aprender. Porque una empresa que convierte sus heridas en aprendizaje se vuelve más fuerte.
He vivido suficientes tempestades como para saber que el mar siempre cambia. A veces la vida parece una playa serena; otras, un océano oscuro dispuesto a tragarnos. Pero en esas noches largas, donde el miedo parece más grande que uno mismo, descubrimos lo que somos capaces de resistir y de transformar.
Las empresas están hechas de personas y las personas tienen vidas, donde hay noches sin luna, decisiones que pesan y pérdidas que duelen. Pero si logramos atravesarlas sin traicionarnos, sin traicionar, sin olvidar lo que amamos y lo que somos, podemos seguir navegando incluso cuando las velas están rotas.
Solo entonces, habremos crecido. Porque eso hacen los buenos marineros de empresas: no buscan mares en calma, buscan ser dignos de la travesía.