¿Ser uno mismo en el trabajo?
Las personas no tienen compartimentos estancos que separen su trabajo de su vida personal; arrastran sus problemas laborales hasta la cama y se llevan a la oficina sus experiencias familiares. No es posible apagar y encender el interruptor para ser uno u otro dependiendo de dónde nos encontremos; ni tampoco conviene.
Las emociones están presentes en ambos mundos, en todos los actos de nuestra vida. Disimular el verdadero yo tiene costes importantes, psicológicos, sociales, profesionales… Ser uno mismo, mostrar el auténtico yo, supone unas claras ventajas.
Permite establecer relaciones sólidas
El éxito en la vida, tanto en el terreno profesional como en el personal, depende de que seamos capaces de construir unas buenas relaciones y que contemos con una sólida red de apoyo. Se sabe que las personas más sociables tienen un mejor rendimiento laboral porque son más felices e incluso viven más años y con mejor calidad de vida.
Cuando uno no muestra su verdadero yo, casi seguro que va a perderse esas relaciones enriquecedoras. La amistad y el cariño de los demás surgen cuando somos auténticos, honestos, transparentes.
No es necesario fingir
No cabe duda de que mientras unos son maestros en adoptar diferentes papeles, otros son pésimos actores, pero tanto a unos como a otros les roba tiempo y energía desempeñar un rol que no les corresponde.
Javier Marías decía que «es difícil ser dos personas a la vez durante mucho tiempo». Ocultar quiénes somos nos impide dedicarnos a lo que deberíamos y es seguro que, tarde o temprano, se nos caerá la máscara; puede ser en un momento de crisis personal, ante una situación límite con los jefes o compañeros, en la comida de empresa o, incluso, en las redes sociales.
La autenticidad enamora
Independientemente de las características físicas, hay rasgos que cautivan a todo el mundo. Los principales son las emociones positivas, que se transmiten a través de las neuronas espejo: si tú estás bien, los demás aumentan sus posibilidades de estar bien; el buen humor, el optimismo, la solidaridad, la disposición a colaborar, la empatía… son actitudes contagiosas. A la gente le gustan las personas auténticas, honestas, claramente definidas, con un lenguaje corporal sincero y un pensamiento independiente.
Formas de ser uno mismo
Todos tenemos rasgos positivos y negativos, por eso, en el trabajo hay que saber filtrar: uno no debería ser igual con los amigos que con el jefe; no podemos comportarnos de la misma manera con quienes elegimos para crear una familia que con quienes compartimos horario de trabajo. Pero esto no es fingir, sino saber estar, gestionar adecuadamente las emociones.
Por ejemplo, aunque en casa solamos dejar los clínex usados por todas partes, en la oficina debemos ser ordenados y limpios; si nuestro grado de confianza con una amiga llega hasta decirle «eso ya me lo has contado muchas veces», no está bien que interrumpamos al jefe cuando comienza por enésima vez a contar su consabida anécdota.
Por el contrario, sí podemos y debemos compartir nuestros sentimientos, las cosas que nos importan, las historias personales. Así, tal vez, cuando todo el mundo habla de fútbol, uno puede decir «me encantan los días de partido porque aprovecho para salir a cenar con mi pareja sin necesidad de hacer una reserva… Ayer, por ejemplo, estuvimos en un japonés que hay aquí cerca y…».
No hay que tener miedo a transmitir nuestro verdadero yo. «Ser tú mismo en un mundo que constantemente intenta convertirte en otra cosa es el logro mayor», escribió Ralph Waldo Emerson. Escuchar y llevar la conversación a conectar con lo que nos apasiona es ser nosotros mismos y eso hace que se establezcan relaciones sólidas en la vida, que los compañeros se alegren de contar con nosotros cada día, que los clientes se conviertan en amigos y que seamos más felices, que es de lo que se trata.