Un perezoso en el lugar de trabajo, una pesadilla bastante habitual
Hay personas que parecen acudir cada día a su trabajo para descansar. Son esas que hacen un montón de llamadas personales sin importarles su duración, participan en todas las conversaciones, navegan por internet horas y horas, se toman largos tiempos de recreo y tienen necesidad de ir al baño con mayor frecuencia que los demás. No es fácil soportar a alguien así, sobre todo si tenemos una gran carga de tareas y un mínimo sentido de la ética.
Por supuesto que el problema no se ve igual si uno es compañero del perezoso que si es su jefe. Un líder, y da igual si se trata de una empresa pública que privada, debe saber ver a tiempo que alguien no trabaja porque no solo supone un deterioro de la productividad, sino también un daño a la corporación, un perjuicio para los clientes o usuarios del servicio y un agravio comparativo para las personas honestas que hacen su labor cada día lo mejor posible. En cambio, cuando a uno le toca un compañero vago y no está en su mano deshacerse de él, necesitamos gestionar la situación para evitar el sufrimiento emocional que puede llegar a causarnos.
¿Por qué ocurre? Es importante analizar qué está pasando. Si nuestro colega ha sido siempre así, si tiene alguna carencia en formación o en competencias, si sufre problemas laborales, personales o familiares, cómo influye su actitud en el resto del equipo y en el desempeño, etc. No es lo mismo que sea un problema transitorio, durante el que incluso podemos echar una mano a esa persona, a que sea algo crónico. Conviene saberlo, y no para hacerle cambiar a él o ella, que con toda probabilidad resultará imposible, sino para mejorar nuestra propia situación.
Tener claros los objetivos. Si pasamos el día pensando que nuestro compañero no hace más que cotillear en las redes sociales mientras nosotros estamos sobrecargados, no haremos lo que tenemos que hacer. Es preciso centrarse en la propia tarea, sin distraernos por lo que haga el otro, ser profesionales, honestos y terminar cada jornada con ese impagable bienestar del que hablaban nuestras abuelas: la satisfacción del deber cumplido.
No obsesionarse con la injusticia. Vivimos en un mundo lleno de abusos y desigualdades y, lamentablemente, no podemos cambiarlo. La mejor manera de contribuir a hacer que sea más justo es actuar con honestidad en todo momento. Si cada uno de nosotros se ocupara de ser mejor, conseguiríamos grandes logros y, además, daríamos un buen ejemplo a nuestro alrededor. Puesto que no nos gustaría nada ser como esa persona perezosa, dejemos de pensar en cómo debería ser ella y centrémonos en ser como queremos ser.
Si puedes hablar, habla. No se trata de acusar ni de sembrar hostilidades, nunca hay que murmurar, pero sí es necesario defenderse. Por ejemplo, si una nueva tarea depende de que el compañero vago participe, conviene abordar el tema y explicar que no lo podremos hacer a menos que nos den más recursos y dejar claro que el ritmo de trabajo de la otra persona no es el propio. Es decir, no hay por qué asumir el trabajo de nadie ni permitir que las culpas recaigan sobre quienes estamos cumpliendo. Tampoco hay que encubrir a un perezoso ni tolerar que perjudique nuestro progreso laboral.
Se requiere una dosis extra de educación emocional para lidiar con este tipo de compañeros, pero no vale amargarnos cada día por su actitud. «A nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa», decía Miguel de Montaigne. Pues eso, una cosa es asumir que no podemos cambiar a la gente y otra creer que no es posible mejorar la situación.