Vender libros por la cara
Hay quien vende libros como rosquillas y no por ser un buen escritor, sino por la cara, o sea, por ser quien es.
Está claro que si uno publica un libro y nadie lo conoce, salvo que tenga detrás una poderosa campaña de márquetin, no vende, o siguiendo con el símil de las rosquillas, no se come un colín. Por el contrario, está demostrado que si eres famoso, puedes colocar lo que quieras en el mercado.
Digo esto porque la exitosa J. K. Rowling, autora de las aventuras de Harry Potter, ha publicado una novela negra para adultos con el seudónimo de Robert Galbraith, novela que, según dicen, no está mal. Incluso un crítico literario (a saber si intencionadamente o no) se deshizo en elogios en The Sunday Times, pensando que se encontraba ante un autor revelación.
La cuestión es que, pese a los elogios, la novela solamente había vendido 1.500 copias antes de conocerse la verdadera identidad de su autora. Una vez desvelada la sorpresa, las cifras se han disparado en unos días: según Amazon, ya figura entre los libros más vendidos tanto en papel como en formato digital.
Rowling dice que no quiso firmar con su nombre para librarse de la presión y las expectativas que se generan cada vez que publica algo. Lo mismo hizo Stephen King con varias novelas en las que quiso partir de cero y saber si era capaz de seducir a los críticos ahorrándoles los prejuicios.
No es bueno, pero me gusta
Existe otra vertiente entre los que venden libros por la cara: son esos autores rematadamente malos —que no voy a citar—, cuyos bestsellers desaparecen de las estanterías apenas se ponen a la venta en el Carrefour. No son buenos escritores, pero tienen su legión de fans, que es lo que cuenta para hacer caja.
Y también hay libros superventas que lo son por venir de la mano de estrellas de la farándula, deportistas de élite, cocineros famosos, aristócratas de toda la vida o recién llegados… Muchas editoriales sobreviven gracias a esos pelotazos y así pueden publicar otros libros minoritarios. No tengo nada en contra: publicar debe ser un acto democrático y comprar también. Incluso aunque el escritor sea un presidiario.