Cuando leer es una necesidad
La mayoría de las veces leemos por placer, por trabajo, por imposición… Pero hay ocasiones en las que leer se convierte en una verdadera necesidad.
A mí me gusta leer, soy una lectora voraz y dedico todo el tiempo que puedo a la lectura. Leo por placer, leo porque considero que contribuye a mi formación personal y profesional y leo por obligación los textos relacionados con mi trabajo.
Pero en algunos momentos siento que la lectura me salva la vida, que leer es para mí una verdadera necesidad, una tabla de salvación sin la cual podría llegar al borde del ataque de nervios. En esas ocasiones me veo como una especie de adicta que no soporta la privación de su objeto de deseo: la lectura. Esto me ocurre en los tiempos de espera, esos ratos de duración variable en los que estoy obligada a permanecer en la antesala del médico, en la peluquería, en un transporte público, en la delegación de Tráfico o en la de Hacienda. Ahí es cuando me doy cuenta de que si no tuviera mi novela a mano sería capaz de casi cualquier cosa.
Y no me bastan las revistas que amablemente suelen ofrecer quienes nos hacen esperar, porque no me concentro en ellas y acabo pasando sus páginas con furia, como si esas pobres hojas tuvieran la culpa del desperdicio de mi tiempo.
Imprescindible para salir de casa
Como me conozco, voy siempre preparada. Llevo a todas partes una novela, e incluso dos si preveo que la espera puede llegar a ser tan larga que terminaré la que estoy leyendo y necesitaré empezar una nueva.
Quienes no leen en situaciones de espera, se desesperan. Lo sé porque lo he vivido y porque lo veo en los demás. Resoplan, suspiran, miran una y otra vez su reloj, preguntan al responsable cuánto tiempo les queda para ser recibidos, se muestran agresivos o pasean compulsivamente de un lado a otro como fieras enjauladas. Por el contrario, quienes tenemos un libro a mano somos capaces de aislarnos de cuanto nos rodea, de abstraernos por completo, de meternos de lleno en otro mundo e incluso de olvidar todo lo que tendremos que hacer cuando, por fin, nos reciban. La lectura amansa a las fieras. Hasta el punto de que, a veces, cuando llega mi turno me dan ganas de decir: «¡Espere un momento, que estoy en lo más interesante!».