Dejadnos leer, por favor
Encontrar tiempo para leer no es sencillo, por eso quienes leemos por afición o por trabajo agradecemos que nos den facilidades.
Ya he dicho muchas veces que me gusta leer y que además lo considero imprescindible, no solo para mi trabajo de escritora sino para mi vida, como creo que es necesario para la vida de cualquier persona. Por eso agradezco los lugares silenciosos que invitan a sacar el libro que suelo llevar encima y que me permiten aprovechar para avanzar unas páginas en cualquier momento. Esa imagen idílica de un lector sentado en el banco de un plácido jardín, concentrado en su libro, es para mí imposible; mi tiempo de lectura suele ser más entrecortado: en las salas de espera, en los viajes…
Me molestan los transportes públicos en los que suena música o una radio a todo volumen, porque eso no facilita la concentración.
Cuando elijo un café para quedar, suelo acudir siempre al mismo sitio, ese en el que hay silencio y el camarero sabe que quiero tranquilidad para leer hasta que llegue la persona con la que tengo una cita.
Me gustan las casas en las que la televisión no es un sonido de fondo, porque me parece que la paz es una manera de provocar el deseo de lectura. Cuando leemos, necesitamos cierto silencio para escuchar esa voz interior que da vida a las palabras.
Existe ahora la moda de la penumbra y falta de luz en muchos lugares públicos, una iluminación indirecta con luces agonizantes. Viajo muy a menudo por razones de trabajo y suelo acudir a los mismos hoteles, mis hoteles favoritos. ¿Qué busco en ellos? Entre otras cosas, que tengan una buena iluminación para leer.
En fin, que igual no tengo razón, pero creo que se leería más si se dieran las condiciones apropiadas en los espacios privados y públicos… O al menos yo sí leería más.