El derecho a leer
No se me ocurre una perversión mayor que prohibir los libros a alguien que está encarcelado. Me parece una terrible forma de tortura.
Nicolás Maduro, el presidente de Venezuela, ha prohibido a Leopoldo López, el opositor a quien mantiene encarcelado, que lea. No permite que le lleven libros y ha confiscado la biblioteca de su celda, según han publicado distintos medios informativos.
Encarcelar a alguien es privarlo de su libertad física, pero prohibirle leer es enterrarlo en vida. Puro sadismo.
El escritor ruso Fiódor Dostoyevski fue condenado a cinco años de cárcel en 1849, acusado de conspirar contra el zar Nicolás I. Las condiciones de su cautiverio en Siberia eran espantosas: frío, hambre, sed, hacinamiento, plagas… «Silenciado dentro de un ataúd», se describía a sí mismo. Pero durante todo ese tiempo solo pidió a su familia una cosa: «Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera».
Medio pan y un libro
Nuestro poeta Federico García Lorca recordó una vez sus palabras en la inauguración de la biblioteca de Fuente Vaqueros, en Granada, y añadió: «Yo si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría pan, sino que pediría medio pan y un libro. Ataco violentamente a los que solo hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan».
Cualquier persona que haya atravesado días de enfermedad y reposo conoce el bálsamo de la lectura. No solo porque es lo único que nos permite volar fuera de las cuatro paredes que nos aprisionan, sino también porque distrae la mente de la pena, los problemas, las angustias, los temores.
La lectura es un poderoso analgésico contra los dolores de la vida.
Creo que enloquecería si no me dejaran leer.