¿El trabajo híbrido es la nueva «normalidad»?
La covid-19 ha supuesto un reto difícil para el mundo, pero también ha tenido su lado positivo: hemos demostrado una rápida capacidad de adaptación ante circunstancias difíciles e insólitas. Pero ahora que recuperamos la normalidad, es necesario adaptarnos a la nueva situación e incorporar todo lo que hemos aprendido de esta experiencia excepcional.
La gran novedad es el trabajo remoto. Incluso en sectores en los que era impensable la no presencialidad, como en el de la sanidad, se han implementado las citas telefónicas, las videoconsultas y la telemedicina. Hoy, mientras unas empresas siguen manteniendo la cultura presencial, otras se han dado cuenta que el teletrabajo y la semipresencialidad ventaja competitiva porque incrementa la productividad, mejora la conciliación y retiene el talento.
Una reciente encuesta de la consultora McKinsey, realizada con ejecutivos de todos los sectores y de distintas áreas geográficas, daba como resultado que la previsión para el futuro inmediato es el éxito del trabajo híbrido, algo que, según este estudio, 9 de cada 10 empresas podían y estaban dispuestas a implantar.
El modelo híbrido será la nueva normalidad. En algunos sectores, los trabajadores no tendrán necesidad de desplazarse hasta la sede de su empresa durante dos o tres días a la semana, pero sí acudir otros tres o dos para reuniones personales, proyectos en equipo, formación, intercambio de ideas, celebraciones, coworking… Y todo ello sin reducir su desempeño y aumentando su bienestar. De manera que en este escenario es muy importante:
Potenciar la cultura empresarial. Mantener la cohesión y tener claro el propósito corporativo es prioritario en el trabajo híbrido. Para ello, hay que diseñar una sólida cultura empresarial que se difunda amplia y constantemente y que impregne el día a día de la actividad. La cultura empresarial va más allá de los intereses económicos, es solidaria, basada en el compromiso y la lealtad, y orgullo de pertenencia, tiene unas características propias, únicas de cada corporación.
Las personas que trabajan bajo ese mismo paraguas conocen en todo momento qué se espera que hagan, cómo deben responder en cada situación; es decir, saben lo que significa ser un miembro de la organización a la que pertenecen.
Confiar en los empleados. Los líderes que apuestan por el trabajo híbrido no tratan a su gente como a niños a los que haya que supervisar la tarea y pedirles que no hablen o no se entretengan. Ofrecen autonomía para que los trabajadores cumplan con los objetivos y no con los horarios. El control por el control resulta humillante y no mejora la productividad; al contrario, las personas necesitan sentir que hacen su trabajo porque están motivadas, por deseo propio y así se muestran más creativas, comprometidas, satisfechas y dispuestas a ser proactivas.
Abrirse a la comunicación emocional. Lo mejor de esta etapa de pandemia superada ha sido que los líderes no solo preguntaban cosas como ¿para cuándo crees que vas a entregar el trabajo?, sino ¿cómo estás?, ¿qué tal tu familia?, ¿en qué puedo ayudarte?, ¿qué necesitas?…
Esto ha sido muy positivo y debe continuar así, es nuestra parte más humana, tal vez perdida.
El trabajo híbrido es una realidad, como la responsabilidad inherente a él. Pero qué ocurre con la libertad de la empresa y de los trabajadores. Winston Churchill solía señalar que
“El precio de la grandeza es la responsabilidad”.
Sigmund Freud decía que “la gente no quiere la libertad, porque la libertad implica responsabilidad y la mayoría tiene miedo de la responsabilidad”.
Merece la pena una reflexión.