¿Estáis enamorados?
¿Cómo afrontar la transición del enamoramiento desenfrenado a la rutina? ¿Es posible mantener el amor más allá de la fascinación inicial?
Cuando conocemos a alguien que nos atrae, se desencadenan una serie de emociones como cosquilleo en el estómago, nerviosismo e incluso ansiedad por estar con esa persona. La realidad de nuestro cerebro es que comienza a disparase dopamina —que es un neurotransmisor que produce placer—, se altera la serotonina, que es la que produce el buen humor, y las endorfinas, que son las encargadas de producir la motivación y la euforia.
Pero lo más curioso es que, además, esa sensación de que todo es perfecto y de estar en una nube permanente es parte de este proceso, porque en este estado se inhiben los circuitos cerebrales encargados de las emociones negativas, inhibiendo también la zona relacionada con el juicio social. Esto produce también que no veamos al otro como realmente es, sino de una forma sesgada. Nuestro cerebro no es capaz, por ello, de prestar atención a algunos aspectos negativos de la personalidad de quien nos atrae.
El amor como droga
En nuestro hipotálamo, que es esa pequeña fábrica de hormonas en nuestro cerebro, se inician una serie de reacciones que acabarán produciendo cortisol, la hormona del estrés. Y entonces el objetivo es estar cerca del ser que amamos, y todos nuestros esfuerzos se centran en conseguirlo. El 95% del tiempo estamos pensando en la persona por la que nos sentimos atraídos. Podría decirse que el amor es como una droga, y como tal nos crea adicción. Es un estado donde no se pueden tomar decisiones ni hacer juicios de valor; es ese estado de bienestar, obsesión por el otro, atracción y actividad sexual, fruto del bloqueo de la corteza cerebral que es lo más evolucionado que tenemos y la responsable del razonamiento.
Empieza el desencantamiento
Pero desenamorarse es también el resultado de una acción cerebral. No quiere decir que las personas dejen de querer de un momento a otro, así sin más. Lo que sucede es que el cerebro experimenta, al cabo de unos años de haberse prendado locamente de otra persona (los estudios indican que entre uno y cinco), una drástica reducción de las sustancias químicas. Es en ese momento cuando la persona está ante un panorama claro, real y sensato, y las parejas se enfrentan a dos opciones: decir adiós o luchar por construir un amor verdadero.
El desencantamiento o acostumbramiento ocurre cuando el cerebro hace que la dopamina baje de manera brutal; entonces, se vuelve a la realidad y hace que sintamos que el amor ha desaparecido. En este punto la persona debe pensar con frialdad si sigue o no con su relación. Si la decepción es fuerte y las diferencias son innegociables, no hay vuelta atrás. Pero si se decide dar un paso adelante, para construir una relación sólida, es necesario comprender que el otro definitivamente es la persona con la que queremos cimentar un proyecto de vida en común.
La construcción del amor verdadero
En ese proceso también interviene el cerebro, ya que en la construcción del amor verdadero se disparan dos hormonas: la oxitocina, conocida como la «sustancia química del abrazo» —la que nos hace experimentar sensaciones de bienestar a largo plazo— y la vasopresina, que es la hormona vinculada al apego. Ambas sustancias, sumadas a la decisión de construir una vida en pareja, permiten que se disfrute de cosas sencillas, como de dar un paseo agarrados de la mano o de un proyecto en común más allá del desenfreno inicial.
¿Y con esto puede evitarse la rutina? Pues sí, hay que trabajar la relación todos los días, luchar por mantener un buen nivel de dopamina, por mantenerse enamorados, por evitar las rutinas y por no descuidar los pequeños detalles diarios. Hay que pensar que cada momento es un instante nuevo en la relación, que es un día nuevo para sorprenderle, que tienes a la persona con la que quieres compartir el resto de tus días, y procurar siempre que a tu relación no la atrape la rutina, el tedio y la desesperanza. Por eso es importante un día como hoy, celebrar que tenemos una relación en la que construimos algo más que un día de enamorados.