Los diarios en la literatura
Los diarios literarios nos fascinan. Por su valor testimonial y porque siempre tienen algo de ojo de cerradura por el que espiar la intimidad de un escritor.
Casi todos, y más todas que todos, hemos escrito un diario en algún momento de nuestra vida. En la adolescencia, esa etapa en la que nadie nos comprendía, seguro que el diario fue nuestro mejor confidente, una especie de muro de lamentaciones donde pudimos quejarnos de las injusticias que el mundo cometía con nosotros. Aquel «mi diario» celosamente escondido fue un soporte ideal para expresar nuestros sentimientos de frustración y, sobre todo, de amor exaltado.
Hablar de uno mismo tiene una faceta de egotismo, por supuesto, pero también resulta terapéutico. Es indiscutible el poder curativo de la escritura, que nos ayuda a digerir los malos tragos de la vida y también a ordenar nuestras ideas para poder afrontar las dificultades.
Diarios de escritores
La mayoría de la gente se cansa pronto de ser el cronista de su propia y, a menudo, aburrida existencia, pero, por suerte, hay escritores que persisten con interesantes reflexiones y jugosas confesiones para deleite de sus lectores.
Algunos diarios son impresionantes testimonios de una época, como el Diario de Ana Frank, de gran valor humano y también histórico. Otros son un puro disfrute poético, como el Diario de un poeta recién casado, de Juan Ramón Jiménez. Y los hay que casi nos levantan de la silla y nos invitan a vivir una vida de aventura, como El último diario del doctor Livingstone.
Unamuno, Pessoa, Kafka, Susan Sontag, John Cheever… cientos de escritores nos han permitido asomarnos a sus vidas. Puede que no fueran plenamente honestos al escribir, puesto que en su fuero interno esperaban ser leídos, pero con independencia de la fidelidad de los hechos, siempre nos transmiten cómo es su autor, qué piensa de lo que le rodea, si sabe hacer autocrítica, si es una persona atormentada u optimista… Y eso tiene un enorme valor para todos los lectores: los que simplemente aman leer, los que tienen un legítimo punto cotilla y los que saben aprender de la vida a través de los ojos ajenos. A mí me gustan los diarios también como psicóloga.