Los que hacen de su trabajo la «pesadilla» de su empresa
Nunca he estado de acuerdo con el tópico de que los funcionarios de la Administración pública hacen lo menos posible amparándose en que es más difícil despedirlos que ver helarse el infierno.
Creo que la inmensa mayoría son honestos y se esfuerzan cada día por ejercer su profesión lo mejor posible en muchos sectores clave para la sociedad, como la sanidad, la educación o la seguridad vial. Pero tanto en el sector público como en el privado existen personas que no cumplen y que representan la peor pesadilla para las empresas.
Todos hemos compartido espacio con esos trabajadores que no trabajan. Los hay de varios tipos. Unos cumplen su horario incluso con creces, pero pasan el día navegando por Internet, hablando por teléfono, criticando a la empresa, quejándose, contando su vida… Otros encuentran un pretexto que les impide acudir a trabajar cada dos por tres, llegan siempre tarde y se van lo antes posible. Y los hay que muestran una falta de entusiasmo crónica. ¿Qué hacer?
Tomar cartas en el asunto cuanto antes
Ningún líder debe mirar para otro lado. Hacerlo supondría una falta de respeto hacia los buenos colaboradores que ven cómo la actitud improductiva de un compañero no acarrea consecuencias. Es un agravio comparativo permitir que alguien no trabaje o, peor, tener que asumir su carga sin que la persona encargada de supervisar la producción haga nada al respecto. Ignorar que un trabajador no cumple con su tarea puede viciar el ambiente de la empresa como una manzana podrida.
Hablar con la persona directamente
No todos somos igualmente rápidos, diligentes, cooperadores… Pero quienes muestran un perfil improductivo seguramente tienen sus razones: están aburridos, necesitan recibir algún feedback a su trabajo, carecen de responsabilidades, se sienten desmotivados, están mal pagados, se consideran poco valorados… Lo primero es encontrar la causa de su baja moral y analizarla detenidamente.
Buscar soluciones
Hay que decir al empleado que no trabaja que confiamos en su valor profesional, en sus capacidades, y mostrarle nuestro apoyo para que cambie de actitud, expresarle que nos preocupamos no solo por la empresa, sino también por las personas que la integran porque son los pilares imprescindibles en los que se apoya. «Me preocupo por ti como persona, primero, y como miembro de un equipo, después».
Seguro que algo se puede hacer: estudiar un cambio de puesto, una reasignación de proyectos, mayor formación… Y, a partir de ahí, fijar metas a corto plazo y chequear que se van cumpliendo.
Reforzar la política de equipo
En un equipo de fútbol no salen diez jugadores al campo mientras uno se tumba en el césped. Si eso ocurriera, sería fácil no ya perder el partido, sino perderlo todo. Lo mismo ocurre en las empresas: cada uno de los miembros del equipo es necesario y cada uno refuerza al otro.
Por eso, ante un empleado que no trabaja, hay que encender las alarmas y centrarse en motivar a todos mediante el recordatorio de los valores y la filosofía de la empresa, establecer una fluida comunicación, fijar metas y objetivos comunes, realizar una detallada planificación tanto colectiva como individual, implementar un nuevo reparto de responsabilidades, premiar la productividad y crear políticas de bienestar que consigan la implicación de los empleados y que refuercen su sentido de pertenencia.
Si, pese a todo, el problema no se resuelve, hay que ser más drásticos. La relación empleado-empleador no es un juramento de amor eterno.
«La pereza camina tan despacio que la pobreza la alcanza muy pronto».
Benjamin Franklin.