Manías de escritores
Hay trucos que funcionan a la hora de convocar a las musas, o eso piensan algunos. Las manías de los escritores para inspirarse son de lo más variado.
Cuando éramos niños y nos colgábamos cabeza abajo en el columpio o en el sofá, nuestros padres solían decir eso de «Niña, ponte bien, que se te va la sangre a la cabeza». En aquel momento una no entendía por qué podía ser malo que ocurriera tal cosa, pero la verdad es que ahora, bien pensado, supongo que un mayor riego en el cerebro puede ser estupendo para reflexionar mejor o lograr que las ideas adormecidas salgan a flote. Y eso mismo ha debido de pensar Dan Brown, autor de ese bestseller titulado El Código Da Vinci. He leído en estos días que busca inspiración boca abajo, para relajarse, concentrarse y convocar a las musas. Puede que por eso haya vendido 80 millones de ejemplares. O no.
Cada uno con su tema
Entre los chascarrillos habituales sobre escritores famosos se cuenta, por ejemplo, que Schiller metía los pies en un barreño de agua muy fría en busca de inspiración, o que Isabel Allende siempre ha comenzado sus novelas en 8 de enero, que García Márquez necesitaba rosas amarillas para sentarse a trabajar, que Lord Byron olía trufas en busca de ideas que poder llevar al papel…
Las manías son muy particulares. Puede que algunas sean ciertas y otras inventadas para engordar el anecdotario de los medios de comunicación. Pero hay otras que se denominan «manías» sin serlo: dicen que Isaac Asimov escribía durante los siete días de la semana, que Haruki Murakami se levanta a las 4 de la madrugada para trabajar en sus novelas, que Vargas Llosa empieza su jornada a las 7 de la mañana… Eso no son manías, son los duros horarios del oficio de escritor.