¿Por qué gustan los libros de cocina?
En general, se venden pocos libros, pero hay una excepción: los libros de cocina.
La cocina está en auge. Hay un montón de programas de televisión con multitud de seguidores que no se pierden ni uno solo de los trucos y consejos para contentar estómagos propios y ajenos. Existen encendidas polémicas domésticas: que si soy más de Chicote que de Arguiñano, que si no soporto MasterChef, que si yo prefiero los hermanos Torres y que si Robin Food es el mejor… En estos tiempos de comidas rápidas, menús para llevar y platos de calentar y servir estamos fascinados con la elaboración tradicional y la sofisticación culinaria.
Amamos la cocina porque es el símbolo del hogar y del calor de la familia. Por desgracia, en las casas que carecen de lo más básico, la importancia de los alimentos está más relacionada con la subsistencia y muy poco con el placer.
El tiempo, ese enemigo
En general, cada vez pasamos menos tiempo en la cocina. Los mayores aún podrán recordar las largas horas ayudando a sus madres a escoger las lentejas, a picar las judías verdes, elaborar mermeladas, hacer galletas e incluso, en zonas rurales, contribuyendo a desplumar un pollo. Todas esas tareas ya no son necesarias. Pero sí sigue siendo habitual reunirnos en la cocina alrededor del encargado para echar una mano y disfrutar de las mejores conversaciones.
Comer no es solo satisfacer nuestras necesidades, también es un acto placentero que disfrutamos más en compañía. Nos gusta charlar, probar, beber, comentar, degustar… Cocinar para los demás es un acto de generosidad, no existe nada tan gratificante como compartir.
Quizá a esto se deba el éxito de los programas de la tele, añoramos la cocina y nos metemos en ella en cuanto podemos. Y precisamente al rebufo de su gran audiencia, también compramos y regalamos libros de recetas, pese al desplome de la literatura. Tal vez necesitamos soñar con el consuelo de un buen plato para conciliarnos en torno a él y olvidarnos de problemas y de guerras.
Hojear un libro de cocina no es leer, es soñar, ver qué comen en otros países, cuáles son las tendencias más saludables, descubrir nuevos alimentos, recordar las recetas de siempre, atreverse a innovar, disfrutar con todos los sentidos y, sobre todo, regalar buenos momentos a los que queremos. Los libros de cocina no son solo alimento para el estómago, también lo son para el corazón.