Sobre cómo NO leer a gran velocidad
Desarrollan nuevas aplicaciones que permiten leer a gran velocidad. Lo que debería ser un placer empieza a convertirse en una carrera contrarreloj.
¿Qué fue de aquel deseo de sentarse tranquilamente a leer un libro? ¿Qué pasó con el placer de leer y releer arrellanados en nuestra butaca favorita? Supongo que Internet nos provee de contenidos tan abundantes e interesantes que nos obliga a sentir la necesidad de no perdernos nada de lo que ocurre en la red. Por eso nacen los programas de lectura rápida que nos prometen que seremos capaces de «Leer libros enteros a gran velocidad».
Devoradores de libros
Al parecer, la gente normal puede leer entre 200 y 250 palabras por minuto, pero con un cierto entrenamiento es posible alcanzar las 400. Ahora, los nuevos métodos aseguran que sería posible llegar ¡hasta las mil palabras por minuto! Por poner un ejemplo, mi novela Piel de agua tiene unas 80.000 palabras; esto significa que en poco más de una hora cualquier lector entrenado podría acabársela, y a otra cosa.
Para algunas personas, leer es su trabajo: editores, profesores, periodistas… En muchas profesiones el nivel de competencia resulta tan elevado que es necesario estar literalmente al día en multitud de campos, hay que estudiar continuamente, adquirir nuevos conocimientos y formarse sin descanso. Médicos, informáticos, ingenieros y un sinfín de profesionales precisan documentarse sin respiro.
Pero una cosa es leer y otra, muy distinta, asimilar lo leído. Los estudiantes, obligados a devorar textos a todas horas, lo saben muy bien. Si no realizan una lectura comprensiva y pausada, si no subrayan, toman notas, hacen cuadros sinópticos… la tarea es baldía. De nada sirve alcanzar la palabra FIN si no hemos disfrutado del camino hasta llegar a ella. Y esto vale tanto para la lectura como para la vida misma.
Algunas veces echo un vistazo por encima o leo a toda prisa —es decir, con la rapidez que me permite enterarme de lo que leo— los libros e informes necesarios para mi trabajo, y confieso que me gustaría hacerlo en menos tiempo. Pero cuando me siento a leer una novela, un poema, una obra de teatro, me encanta avanzar despacio, volver atrás, saborear varias veces el mismo verso, tomar notas sobre un párrafo, memorizar un aforismo… En esos momentos, no quiero leer a gran velocidad.