¡Viva el aburrimiento!
Es el momento de hacer todas esas actividades que quedan relegadas con la agenda apretada del curso. Pero también hay que dejar tiempo vacío, tiempo de no hacer nada, tiempo de aburrimiento.
Basta de contestar mails al momento, responder con caritas a los wásaps de grupo, dar me gusta en Facebook o pensar en que hace días que no subimos nada a Instagram. Se acabó el planificar cada jornada con horario: a los 8 salimos de trekking, reserva en el restaurante a las 14, lectura a las 16, compra a las 19, fiesta en casa a partir de las 21… Tenemos horror a los días vacíos.
Con los niños es peor. Cada vez que dicen eso de «me aburro» sentimos que nos están acusando de algo, quizá no somos buenos padres, no lo estamos haciendo bien del todo… Campamentos, actividades, amiguitos en tu casa o en la mía, todo menos dejar que se aburran.
Los niños pueden y deben aburrirse. Por supuesto que tiene que haber cada día ratos para jugar con ellos, dedicarles tiempo de calidad, permitir una hora de consolas o de tele, programar actividades y exigir que cumplan con sus obligaciones, pero también debe haber momentos plomos, de esos en los que no existen videojuegos ni nada que hacer. Es ahí donde el pensamiento se las ingenia, crea proyectos, aparecen las ideas y se canalizan los deseos. Niños y jóvenes solo pueden inventar si existen periodos de tedio en sus vidas. Y a los adultos nos ocurre lo mismo.
Es verdad que el tiempo escasea y que es bueno aprovecharlo, pero también es útil perderlo. A menudo, la gente que aparentemente no hace nada, incluidos esos adolescentes que nos crispan con su ociosidad, están trabajando. El aburrimiento es necesario para pensar, reflexionar, buscar caminos, elegir opciones. Es lo que pone a trabajar la creatividad.
No hacer nada de vez en cuando resulta productivo. ¿Para qué sirve pasear a solas? ¿Qué sacamos de tumbarnos en la hamaca mirando al cielo? ¿Cómo sobrellevar que no tenemos ningún plan para esta noche? El dolce far niente nos permite ser productivos.
No estoy reivindicando la pereza, sino el dulce aburrimiento del verano.