Biografías, el color del cristal con que se mira
Me llaman la atención las biografías porque nos enseñan las diferentes perspectivas desde las que se puede observar la misma realidad. Es decir, a veces el personaje biografiado puede ser una cosa y también la contraria.
Una biografía debería ser la historia de una vida de alguien relevante: un escritor, un político, un pintor, un personaje célebre… Sin embargo, las biografías, por más documentadas que estén, no pueden quitarse de encima el barniz de subjetividad de quien las escribe.
Me gustan las biografías
A mí me gustan las biografías, y creo que son muy importantes porque nos permiten documentar la existencia de personajes que forman parte de nuestra historia y nuestra civilización. Conocer la vida de Galileo, de Marie Curie o de Bárabara de Braganza resulta muy interesante. Cuando están bien escritas son, además, una fuente de información muy valiosa no solo sobre el biografiado, sino también sobre la época que le tocó vivir.
Hay escritores geniales que tienen tal agudeza psicológica que parecen adivinar lo que sintió el personaje biografiado en determinado momento de la historia, y lo presentan de forma tan creíble que, si no es verdad, al lector le da lo mismo. Ocurre así con Stefan Zweig, en Magallanes, la extraordinaria biografía del navegante que se dejó su vida y la de sus hombres para descubrir ese estrecho inútil que lleva su nombre. O Fouché, el retrato atroz de un político sin escrúpulos.
Hay otros escritores que, por más que biografíen a un personaje deleznable, se les nota que van entrando en una especie de síndrome de Estocolmo y acaban por dejar traslucir su simpatía por la criatura que van dando a luz, como le ocurrió a Jean-Jacques Pauvert con el abyecto Marqués de Sade.
Según se mire
En realidad, los personajes más famosos suelen tener biógrafos que los aman y biógrafos que los odian, y es que los sentimientos, como todos sabemos, hacen que uno pueda ver en el otro todo lo bueno o todo lo malo. Por eso, incluso personas alejadas de toda sospecha, como Nelson Mandela o la madre Teresa de Calcuta, siempre encuentran a alguien dispuesto a criticarlas.
Con esto quiero llegar al título de este post. Cuando leemos una biografía, podemos disfrutarla intensamente, claro, pero siempre debemos ponerla en cuestión: el biógrafo, como nos pasa a todos, no suele quitarse las gafas de la subjetividad, y al final, todo es del color del cristal con que se mira.