¿Ego o ambición?
La mayoría de las veces cuando decimos que las personas tienen mucho “ego” lo etiquetamos como una crítica negativa asociada a una faceta de la personalidad de la gente. El Ego personal no es más que esa la parte de la mente que se identifica con la forma en que nos percibimos a nosotros mismos y nos perciben los demás en relación con el mundo, pero con un matiz, creerse o aparentar que son superiores a los demás y buscar constantemente destacar para ser reconocidos. Decía E. Tolle que “el ego es como una jaula invisible que nos limita e impide ver la verdadera esencia del ser”.
En las empresas este prototipo de ego se identifica con aquellas personas que tienen una excesiva confianza o autoestima en sí mismas, lo que a menudo se manifiesta en comportamientos y actitudes dominantes, autoritarias o arrogantes.
Tienden a tomar decisiones unilaterales sin considerar las opiniones o ideas de los demás y buscan obtener poder o control en el entorno laboral. Sin embargo, las persona con mucho “ego” aunque, pueden tener habilidades y talentos destacados, su actitud genera conflictos y dificultades en la colaboración con el trabajo de equipo.
Si ahondamos más en este prototipo de personalidad, los psicólogos decimos que es un caparazón para tapar las inseguridades, y las inseguridades, pueden ser el resultado de experiencias pasadas negativas que la persona lo convirtió en un mecanismo de defensa dando lugar a la autoridad con los demás y siendo poco autocrítico con uno mismo.
A veces, se confunde el ego con la ambición, pero no es lo mismo. Porque la ambición buena no olvida los valores éticos y ayuda a desafiar los límites, a alcanzar los sueños. La ambición se define como un deseo fuerte de conseguir algo es necesaria, porque es parte del motor de las personas que componen una organización.
La ambición empresarial sirve también para superar barreras y diseñar estrategias que permitan alcanzar los objetivos propuestos. Es la capacidad de las personas que lo la componen para no conformarse y seguir avanzando. Y esto es bueno.
Para ello hay que dejar a un lado los egos personales y valorar la capacidad de logro a través de la ambición común. Por ello se ha de:
Encontrar el sentido de la oportunidad
Las grandes corporaciones parten de una idea brillante, aunque no necesariamente original; por ejemplo, dar otros usos a algo que ya existe. Las empresas deben permanecer en estado de alerta para detectar cuál puede ser su oportunidad de negocio y la mejor vía para desarrollarlo, detectar nuevos retos y ambicionar logros.
Ser realista
Hay que tener sueños grandes y alcanzables. Las metas pueden ser muchas y adaptarse a las circunstancias y a los tiempos. Es preciso establecer objetivos a corto, medio y largo plazo que nos digan dónde estamos y adónde queremos llegar y siempre tener claro a donde nos dirigimos.
Aunar esfuerzos
El éxito no viene de la mano de una varita mágica. Hay que trabajar para conseguirlo. Las corporaciones ambiciosas saben que detrás de un logro está la dedicación, y cuando obtienen un buen resultado, no se detienen: van a por el siguiente porque saben que su competencia no descansa.
Tolerar la frustración
La ambición está reñida con el miedo. Exige tomar decisiones valientes que, a veces, resultan equivocadas. La ambición induce a levantarse de nuevo, a no generar pensamientos negativos y, por supuesto, a aprender de los errores.
Resistir a las adversidades
Una empresa ambiciosa no espera a que las circunstancias adversas cambien por sí mismas. Si no ha podido detectar a tiempo las dificultades, no se rinde. Persevera. Estudia cómo rectificar el rumbo, pero jamás apaga el motor. Su misión no cambia, pero sí la forma de abordarla.
Todas estas capacidades de logro que tienen como base la humildad que es lo que hace a las personas grandes y que es incompatible con los egos. En algún lugar oí que “La ambición sin humildad es como un barco sin timón, perdido en el océano de la vida”.