El enemigo de la productividad en el trabajo
La socialización en el trabajo puede ser un arma de doble filo. Si bien las interacciones personales son fundamentales para crear un ambiente laboral positivo, es esencial mantener un equilibrio que no comprometa la productividad en las organizaciones.
Es muy saludable que los colaboradores compartan su vida personal en el ámbito laboral, pero hay que tener claros los límites. Un buen líder sabe que esto tiene beneficios porque une al equipo y crea vínculos sólidos entre sus miembros, y por supuesto en el rendimiento laboral.
El famoso profesor y empresario P. Drucker decía que, “la cultura se come a la estrategia en el desayuno”, lo que implica que una cultura laboral que valore tanto la productividad como las relaciones interpersonales tiene el éxito de la organización asegurado a largo plazo.
En el siglo I a.C. Cicerón dedicó un tratado filosófico a la amistad y la ensalzó como el bien mayor en todos los campos. «Si la amistad desapareciera de la vida, sería lo mismo que si se apagara el sol», escribió, subrayando así la importancia de las relaciones humanas.
Sin embargo, ¡quién no ha vivido situaciones en las que resulta imposible concentrarse porque alguien narra sus compras, lo que comen sus niños, o los planes para el fin de semana…! Los mayores enemigos de la productividad tienen que ver con una sociabilidad llevada al extremo.
Y ¿qué hacer para gestionar el ruido de las personas que impiden trabajar?
Exponer claramente las necesidades de concentración
Del mismo modo que se abordan las condiciones de salud y bienestar en el lugar de trabajo, es fundamental reconocer y atender estas necesidades. Así como alguien puede solicitar una silla ergonómica o una iluminación adecuada para su comodidad física, también es esencial considerar el silencio como un recurso vital para el rendimiento.
Proporcionar espacios de trabajo que fomenten la concentración son normas de convivencia imprescindibles. Como señala el psicólogo organizacional Adam Grant, “la concentración es el nuevo enfoque”, y es responsabilidad de las organizaciones encontrar entornos que lo faciliten. Es importante saber cuándo un compañero tiene activado el «no molestar», incluso si no exhibe un cartel visible.
Abordar los casos personales de manera individual
El respeto por la personalidad de cada uno y sus deseos de interacción social es crucial para que los colaboradores se sientan cómodos y puedan trabajar de manera efectiva. Las personas con un comportamiento «más social» son necesarias y, a menudo, muy valoradas dentro del grupo.
Sin embargo, cuando surge un problema, como la presencia de un compañero ruidoso que habla en exceso y distrae a los demás, es fundamental abordar la situación de manera directa pero siempre amable.
H. Kniberg decía que “el trabajo en equipo es esencial, pero no cuando el equipo es una distracción” y esto sólo se resuelve abordándolo de manera personal e individual.
Colocar a las personas en los puestos adecuados
No hay que temer a realizar cambios en la estructura del equipo. La asignación de puestos nunca debe ser definitiva, ya que el entorno laboral es dinámico y las necesidades de cada empleado varia con el tiempo.
Por ejemplo, un extrovertido puede ser mucho más productivo si se le asigna un rol que implique interacción constante, como hablar con clientes, informar al resto del equipo o gestionar llamadas. Un líder debe ser capaz de reconocer la personalidad y las habilidades de cada miembro para situarlo en el puesto donde pueda desempeñarse mejor.
Facilitar la socialización «controlada»
Es una estrategia eficaz. Cuando un grupo se muestra demasiado sociable y habla a todas horas puede establecer límites estableciendo descansos a media mañana y programando una pausa de media hora para un café, o tal vez para una comida.
No se trata de programar reuniones formales, sino de proporcionar tiempo relajado para tomar algo juntos mientras se charla de trabajo y de otros asuntos. Recordemos que en el mundo en que vivimos “el trabajo profundo es cada vez más raro en un mundo lleno de distracciones” y esto supone que las interrupciones constantes obstaculizan la productividad y nublan la claridad necesaria para un trabajo efectivo.