La literatura de viajes
La literatura de viajes nos permite soñar con la aventura desde la comodidad de nuestro sofá… aunque lo que verdaderamente quisiéramos es sufrir las incomodidades del protagonista.
Disfruto mucho de los viajes, incluso de los viajes de trabajo con poco tiempo para mí y muchas obligaciones. La promoción de Piel de agua me ha llevado a Miami, a Colombia, a Panamá, con agendas muy muy apretadas, pero he estado encantada de conocer otros sitios y, sobre todo, otras gentes. Viajar es siempre tener experiencias distintas, salir de la rutina, relacionarte con desconocidos, y eso nos hace esforzarnos, elevar el estrés, adaptarnos a nuevas situaciones; estar vivos, en suma.
La mayoría de nosotros no seríamos capaces de lanzarnos a un viaje sin billete de vuelta, como ocurre en algunas de esas obras literarias que tanto admiramos. Salvo que uno sea muy joven, viajar por viajar, como hizo Kerouac en su celebrada En el camino, sería impensable para la mayoría de los adultos ligados a una familia, un trabajo y, casi siempre, a una hipoteca. Tampoco sé si me convertiría en viajera en el caso de tener una fortuna familiar que me permitiera hacerlo acomodadamente, como eligió el gran Bruce Chatwin En la Patagonia.
Viajar como modo de vida
Me gustan mucho los autores que hacen del viaje un modo de vida, como Javier Reverte, que nos hace sentir casi que le acompañamos en sus vagabundeos africanos o en sus peripecias por Alaska. Y admiro La vuelta al mundo de un novelista de Blasco Ibáñez, con esas reflexiones que, casi un siglo después del periplo del autor valenciano, siguen siendo tan interesantes de leer.
Hay grandes autores viajeros, Paul Bowles o Truman Capote, con los que he disfrutado mucho. Pero lo que de verdad me fascina son los grandes aventureros del siglo XIX, cuando todavía quedaban lugares por descubrir. Leo los magníficos Diarios del doctor Livingstone y, pese a sus penalidades, admiro lo extraordinario de una vida dedicada al viaje y su maestría en contarnos aciertos y calamidades, o me sumerjo en los Viajes de Ali Bey y pienso que ¡eso sí que era viajar!
Aunque también hay viajes modestos y no por ello menos interesantes, como El viaje a la Alcarria de Cela, y hay viajes fantásticos como el Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne, una peripecia que me lleva a pensar que, al fin y al cabo, cualquier libro, como la vida misma, es un viaje.