La habilidad de leer entre líneas una ventaja competitiva
La lectura de las emociones es una manera de comprender al hombre y esa habilidad es el secreto para destacar en el mundo laboral. Hoy en día tener la habilidad de leerlas es tener una ventaja en el mercado laboral y es parte de la clave del éxito.
La alegría, la frustración, la ansiedad, la irritación… son emociones que experimentamos a cada momento, pero a menudo las escondemos: detrás de una sonrisa amable puede haber un sentimiento de odio disimulado. Saber reconocer las emociones de los demás, con independencia de sus palabras, puede suponer una gran ventaja competitiva.
Existen técnicas conocidas por psicólogos, policías… para detectar micro expresiones involuntarias que tienen una estrecha relación con nuestras emociones, incluso aunque tratemos de ocultarlas. El estudio y el entrenamiento necesarios pueden capacitarnos para reconocer expresiones faciales o corporales que nos desvelen si lo que alguien dice con palabras es reflejo de sus emociones o no.
Pero ¿cómo lograr una lectura correcta de las emociones?
Saber observar y escuchar
Algunos estudios afirman que la palabra aporta solo el 10 % de la comunicación verbal, y que el resto se alimenta con el lenguaje corporal. A veces, detectar una mirada furtiva, un pequeño rictus de amargura o una desconexión evidente en nuestro interlocutor puede dar un giro decisivo a una negociación o desvelar una mentira, por ejemplo.
Y no olvidemos lo que no se dice, según Ovidio «un rostro silencioso con frecuencia expresa más que las palabras». Sin embargo, yo creo que interactuar con las personas sigue siendo la mejor forma de conocer sus emociones.
La conversación profunda, donde además se observe todo el aspecto no verbal, mientras hacemos preguntas e intercambio pareceres, componen el mejor mapa para saber interpretar los sentimientos. Hay un dicho que cuenta que “la verdadera sabiduría radica en escuchar lo que no se dice y observar lo que no se ve”
Cuidar las ideas preconcebidas
Nos enfrentamos al mundo con una serie de ideas que nos han enseñado y son propias de nuestra personalidad. Tenemos que luchar contra los estereotipos y dejar nuestro bagaje aparte. Para ello, hay que estar abiertos a nuevas ideas, a ser flexibles, a relacionarnos con todo tipo de personas sin importar las diferencias culturales, sociales, políticas, religiosas, de identidad sexual.
Hay que saber mirar más allá cuando pensamos que ya conocemos a nuestro jefe o a un determinado compañero. La gente sí cambia. Y nosotros tenemos que mantener a raya los sesgos con los que nos levantamos cada mañana, aparcar egos y resentimientos, alejarnos todo lo posible de «lo que opina la mayoría».
Valorar la intuición, pero contrastarla
Todos hemos oído cosas como «le vi venir desde el primer momento» o «me dio mala espina». Es muy fácil equivocarse al leer los mensajes que lanzan los demás. Por ejemplo, ¿es sincera la sonrisa de la Gioconda? Sabemos de personas que siempre caen mal a primera vista porque su expresión facial parece hostil, cuando solo enmascara su timidez.
Pero también conocer que nuestras emociones interfieren a la hora de interpretar las emociones ajenas, porque en muchos casos se está proyectando el estado en que nos encontramos. Decía Dalai Lama que “el arte de escuchar es como una luz que disipa la oscuridad de la ignorancia”
Conocer las emociones propias
Solo conociéndonos a nosotros mismos podremos conocer a los demás. La inteligencia emocional se puede y debe entrenar, y en muchas ocasiones, resulta más importante para triunfar en el trabajo que el cociente intelectual o la formación académica. Decía Carl Jung, psicólogo suizo del siglo XX y especialista en el campo de la psicología profunda, que «no podemos juzgar a los demás sin conocernos a nosotros mismos.» Y yo estoy de acuerdo.